Lo desconocido promueve fantasías. En el caso de las instituciones (la empresa, un ministerio, el sindicato) y su funcionamiento, en general esas fantasías están dotadas de un orden aceitado y rígido, coherente en sí mismo, sin rugosidades ni matices. Eso pasa, y mucho, con el sistema educativo y la escuela -que, como si hiciera falta decirlo, no son lo mismo-: que hay adoctrinamiento, que un “método” de alfabetización es hegemónico y los docentes tienen prohibido apartarse de él, que se enseña Historia “zurda”, que la Educación Sexual Integral promueve que les niñes de sala de 3 se toquen los genitales unos a otros. Prejuicios, nomás, pues la realidad social es mucho más caótica que coherente, mucho más regida por la inercia que por decisiones que bajan verticalmente. Los cambios que pueda haber en las instituciones, por lo tanto, se deben más a procesos progresivos y lentos para redirigir esas inercias, esas tradiciones.
Una de las expresiones de deseos que surgen mucho -y no es que esto sea un fenómeno actual- sobre la escuela es que se debería enseñar: educación financiera, análisis de los medios de comunicación, “historia oculta”, criptomonedas, ciencia de datos, robótica. Lo único que hace falta es elegir a un enunciador que se dedique a determinada disciplina y él le sabrá informar qué es lo que se debería enseñarse en la escuela, muy probablemente sin haberse tomado la molestia de leer los diseños curriculares vigentes para corroborar que esos contenidos no estén prescriptos en la norma oficial (lo cual, es cierto, no es garantía de que se enseñen).
En el portal Gloria y Loor ya analizamos un poco el eje “educación financiera”, pero esta vez quería reflexionar un poco acerca de uno de los últimos gritos: la inteligencia artificial, las criptomonedas y el blockchain (advierto que muy probablemente cometa errores al describir su funcionamiento, porque me reconozco ajeno a esos saberes, así que guarde el lector un mínimo de piedad en ese sentido). Pero me interesa en realidad pensar si es posible enseñar estos temas en la escuela, demanda recurrente pensando en un futuro para el que, se supone, la escuela no está preparando a nadie. “Ahí está el futuro”, se dice de estas nuevas tecnologías y sus usos, “y la escuela debe incorporarlos”. Como si el presente fuera un esclavo del futuro y no, al revés, su condición de posibilidad. Como si el futuro fueran cartas que ya se jugaron y no dependieran de la voluntad humana, de las apuestas, que hacemos en el presente.
Tengo la idea de que no hay forma de incorporar en la escuela “materias” que se dediquen a enseñar cómo diseñar motores con inteligencia artificial o blockchain, o entrenar en el uso de criptomonedas. No hay forma, creo, de que contenidos de esas características sean “escolarizables”. Vale hacer una aclaración importantísima: sí son “escolarizables” esos temas en tanto productos sociales objetos de análisis, o sea, reflexionar en el aula sobre los impactos de sus usos, sus alcances, limitaciones, peligros. Eso sí es imperioso que se trabaje en la escuela. No es necesaria una materia: tenemos Geografía, Historia, Matemática, Informática, Economía, Formación Ética y Ciudadana y talleres interdisciplinares que pueden abordar cómo nos paramos como ciudadanos frente a estos desafíos. Sin embargo, se insiste mucho con este tema: como humanidad debemos correr detrás de estas tecnologías, domarlas lo antes posible antes de que se nos escape de las manos su ominosa y acechante inteligencia artificial que dará vuelta la taba. Le tenemos miedo a la técnica, parece que ya decidimos caer derrotados ante su poder. El filósofo Jacques Ellul dijo, en 1973, que “no es la técnica la que nos esclaviza, sino lo sagrado transferido a la técnica”.