Verde memoria mineral

Por: | 25 abril, 2023

El bus tenía que sortear decenas de curvas de la cuesta Los Patos hasta llegar a Potrerillos ubicado a 2800 metros sobre el nivel del mar. A lo lejos se divisaban las altas chimeneas de la fundición pintadas de rojo y blanco. A mis 10 años soñaba entre cerros. Pronto abrazaría a mi abuelita Inés y jugaríamos a la pelota con mis primos en el arenal, que más que una cancha de fútbol improvisada era un enorme tranque de relaves mineros. Mis manos de niña se cubrían de una costra gruesa, la cara se partía y el frío de la precordillera calaba los huesos. A pesar de todo, éramos felices, simples como la felicidad del viento.

Potrerillos fue declarado zona saturada de contaminación por anhídrido sulfuroso y material particulado respirable en 1997. Así selló su destino: el abandono y cierre del campamento minero. La fundición sigue funcionando hasta hoy, pero el pueblo está vacío. Las calles y casas se congelaron en el momento del exilio; siguen siendo objetos del olvido, permanecen impávidas, cubiertas por el polvo de fundición. En el suelo no hay tierra, son relaves. Destino similar corrió el pueblo de Chuquicamata, ubicado en la region de Antofagasta, que estaba ubicado al lado de la mina y la fundición de cobre; alguna vez fue la mina a rajo abierto más grande del mundo, orgullo nacional. La mina debía crecer para aumentar la producción y el pueblo fue desalojado el año 2001. Hoy, parte de sus edificios están bajo los botaderos y ripios mineros; la memoria quedó enterrada.

Tuve la oportunidad de volver a Potrerillos el año 2018 para la celebración de sus 100 años. El suelo es una carpeta blanda de sulfuros de cobre, arsénico y otros minerales que se han compactado en estos casi 30 años. Me arden los ojos, me pica la garganta, me cuesta respirar. Duele la vida. Aquellos humos nos siguen tiñendo de verde por dentro, como los hombres de Puchuncaví. Pienso en esto cuando escucho hablar de minería “verde” como sinónimo de sustentabilidad, y evoco al sulfuro de cobre, su verde intenso, tan intenso como los billetes que produce.

“Mis manos de niña se cubrían de una costra gruesa, la cara se partía y el frío de la precordillera calaba los huesos. A pesar de todo, éramos felices, simples como la felicidad del viento.”

A lugares como Potrerillos, Ventanas, Chuquicamata, Mejillones, Tocopilla, Chañaral y Coronel se les denomina “zonas de sacrificio”. Se trata de poblaciones humanas que concentran actividad industrial contaminante y que reciben las consecuencias de decisiones productivas y económicas. El sacrificio se convierte en un estigma, saberse que tarde o temprano asomará la enfermedad, saberse parte de un inventario de rentabilidad, donde la dignidad humana pasa a ser un mero eslogan.

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El viaje de Antofagasta a Potrerillos duraba cerca de 8 horas, tiempo suficiente para aprender a mirar las vastedades. Mientras el bus trepaba por los cerros se podía ver el río Salado llevando una carga tóxica de desechos mineros vertidos desde Potrerillos y El Salvador. La pendiente geográfica de la zona fue ideal para deshacerse de los relaves que ya colmaban los cerros de la zona. Desde 1938 la empresa Andes Copper Mining y posteriormente Codelco (desde 1971) vertieron más de 350 millones de toneladas de relaves en la Bahía de Chañaral (1938-1974) y en Caleta Palito (1975-1990).

En Chañaral ya no hay peces, algas, moluscos o crustáceos. A lo lejos se aprecia una paradisíaca playa de arenas amarillas que en realidad son un mosaico de minerales y metales. Las concentraciones de cobre en la costa de Chañaral son hasta 60 veces superior a la media de las costas del mundo; los elementos cadmio, hierro, níquel, plomo, zinc y arsénico superan las concentraciones en otros ambientes similares. El 1993 el ex Presidente Ricardo Lagos se bañó en sus aguas para dar confianza a la población; afirmaba que la contaminación se había terminado. Entre 1997 y 2011 Chañaral presentó la mayor mortalidad por tumores en la región de Atacama siendo superior a la tasa nacional.

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